2.8.- Los dibujos

El tiempo siguió su curso y simplemente me había convertido en una máquina de juzgar, perdonar y ejecutar. Parecía que ahora lo que deseaba hacer era simplemente gozar de todos esos privilegios que me daba el nuevo icosaedrón.

Cloto atendía diligentemente todos los asuntos "burocraticos" ante Átropos y simplemente todo iba "viento en popa" sin contratiempos. La verdad, esto se estaba poniendo cada vez más monótono pues ahora la casi nula empatía que sentía por cualquiera al que le dictaminaba muerte, así como a quienes decidía obsequiar con un poco más de tiempo en el escenario de la vida, no causaban mella en mi bagaje emocional. En casa y en el trabajo las cosas habían adquirido un maravilloso ritmo que me permitía hacer ciertos malabares con mi tiempo para dedicarme a todo y a todos.

Así estaba todo, hasta aquel momento en el que he de admitir que en un momento de ocio, decidí  manipular el icosaedrón aleatoriamente. En ese instante y por mera coincidencia me encontré fuera de la que por décadas fue mi casa. Estaba solitaria, algo abandonada y parecía que no había nadie dentro.

En la calle no circulaban ni vehículos ni personas, en lo que parecía ser la tarde de cualquier sábado de aquellos lejanos años ochenta. No me había equivocado. En una radio se escuchaba una canción que en esa época causó furor, mientras que mirando hacia la parte superior de las casas me di cuenta de que todo estaba como en aquella época.

Con sigilo y cuidado abrí la reja de hierro dulce. Era pequeña. La original. Aquella que instalaron en el lejano mil novecientos setenta y uno. Volví a dejarla como la encontré para otear por el enorme ventanal. Fue entonces que pude constatar de que sí había alguien dentro. Era yo en mi habitación, dedicándome en cuerpo y alma a trazar líneas indelebles de tinta china, sobre un enorme pliego de Papel Albanene (o mantequilla).

Era simpático verme a mi mismo, mucho más joven y tan imbuido en ese laborioso trajinar. De pronto mi otro yo del pasado se retiró de el enorme restirador de madera para entrar al sanitario. Para no verme a mi mismo decidí moverme unos pasos a la derecha para dejar el ventanal completamente fuera de toda presencia extraña.

Escuché claramente el sonido de cuando se acciona la descarga del retrete, así como mi pesado caminar hacia el estudio para tomar la rejilla de las bebidas gaseosas y proceder a salir por el consabido relleno de estas. Manipulando el icosaedrón me hice invisible para mi mismo, justo un instante antes de que mi yo del pasado me viera justo delante de él. Justo antes de que yo virara para cerrar la puerta, aproveché su apertura para ingresar.

Poco a poco me introduje a la que fue mi casa. Era tan extraño ser un extraño en ese lugar que no debiese ser para mi nada ajeno o extraño.

Pasé al estudio y pude ver los atestados libreros. Vi entonces el mueble de madera que tenía el televisor y la "videocasettera". Abri ĺa pesada puerta del closet para percatarme de que ahí estaban los abrigos y del otro lado la colección de revistas que mi papá coleccionaba.

En la cocina todo estaba como mi mamá lo había dejado. Todo en completo desorden y todos los recipientes con comida fuera del refrigerador a merced de insectos y bacterias. La sala y el comedor que casi nunca eran utilizados aguardaban mejores momentos.

El cuarto de baño estaba limpio y ordenado como yo lo había dejado. Mas sin embargo el entrar a mi habitación me hizo sentir realmente diferente. Eran mis cosas. Eran mis libros. Eran mis aviones, barcos y demás modelos a escala que había armado. En un taburete estaba la reproductora de "casettes" Panasonic, mientras que mi colección de Discos LP, Casettes y revistas estaba algo desordenada.

Me quedé admirando por un momento aquel dibujo que estaba realizando. Era una reproducción ampliada de una fotografía de un edificio en el que estaba un lujoso hotel. Estaba casi terminado y no me estaba quedando nada mal. Voltee a la derecha y sobre el tocador estaba ese espejo rectangular sobre el cual y muy ordenadas estaban mis mascaritas hechas de madera verde. Todas ellas muy ordenadas.

Cómo recuerdo esas mascaritas tan simpáticas y cada una tan diferente y peculiar. De todas ellas la que era de color negro y con una mueca muy desagradable era la que invariablemente captaba más mi atención. Esa ocasión no fue la excepción y simplemente me quedé mirándole.

Tras la puerta y en la pared estaba mi colección de armas. Un machete, una hacha, un par de nunchacos, un tallo de bambú a modo de un "Boo" y una enorme cadena de metal.

En mi closet la cosa no era más halagüeña. Libros, revistas, ropa en desorden, cajas llenas de libros y revistas. Todo ello simplemente apilado y por ningún lado.

La cabecera era una especie de paralelepípedo rectangular que se mantenía erguida por si misma. En ellas había muchos distintos objetos de plástico, así como objetos que recuerdo me encantaba coleccionar por el solo hecho de que me parecían interesantes.

Con mucha malicia, me hinqué rodilla al suelo e introduje mi mano en ese resquicio que hacen el colchón y la caja de resortes. Ahí estaba. Con calma y cuidado la saqué y casi suelto una sonora carcajada al verla. Era una revista "para adultos" que alguien me había obsequiado en la secundaria. Con calma estuve hojeándola hasta que el ruido de la puerta que se abre captó mi atención. Volví a poner la revista en su sitio y con cuidad (en modalidad invisible) caminé a la puerta.

Qué extraño era verme así, de pie, con unos "shorts", una playera y esa rejita de botellas de refrescos ahora llenas en mi mano derecha, mientras que para mi sorpresa me di cuenta que en esa ocasión no regresaba solo.

De pronto y de golpe recordé esa tarde en la que la sobrina de la mujer que vendía las bebidas me había pedido ir a ver mis dibujos. Yo, con mis labios negros por la tinta china, le invitaba amablemente a pasar mientras que dejaba mi carga en ese tapete colocado a la derecha de la puerta de entrada.

Cerré la puerta con calma y con educación y amabilidad la conduje hasta la entrada de mi habitación. Ella profirió un suspiro de asombro, imagino que por tanto desorden. Pronto pasé a que viese mi muy basta colección de dibujos y lo que de ahí continuó solo en mi memoria quedaría.

Aprovechando esos momentos de muy profunda distracción, abrí con todo cuidado la puerta de salida para con calma y aún más sigilo, cerrarla al salir. La calle seguía desierta y no pasaba vehículo alguno por la desierta calle. Hice los movimientos necesarios para regresar a mi presente, no sin antes despedirme de esa casa, de ese momento, de ese pedacito de historia personal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario