2.0 Primer ataque de empatía

Emisario. Desde aquel momento onírico de mi "graduación" me había convertido en un Emisario de todas las Moiras, pero principalmente de Átropos a quien dentro del nuevo "organigrama" yo le reportaba.

Ya habían pasado bastantes días desde nuestro último encuentro y como un aprendiz obediente, había hecho diligentemente mis labores, muy al principio con algo de renuencia, pero he de confesar que poco a poco me fui haciendo cada vez más frío para decretar la muerte, más aún cuando el puntero del icosaedron era de un intenso color rojo.

De lunes a viernes, casi siempre por la noche y en no pocas ocasiones el fin de semana o días festivos, cumplía diligentemente registrando en el Almanaque cada una de mis actividades recién realizadas. Todo parecía marchar casi "en automático". Fue entonces que ocurrió algo para lo que no estaba preparado.
Siguiendo la rutina de siempre, procedí esa noche de lunes a utilizar mi poliedro de cristal para cumplir con mi cuota diaria como Emisario. Abrí una sección para ese día en el Almanaque y pronto estaba manejando con magistral soltura el aparato y decretando vida, perdón y muerte a diestra y siniestra. Estaba en esa labor cuando de pronto la imagen me dejó petrificado pues por primera vez no era una persona extraña la que aparecía en ella.

Le recordaba vagamente de mis tiempos de cuando asistía a la secundaria. Se veía prácticamente idéntica, no obstante habían pasado ya más de treinta años. Estaba sola, recostada y parecía estar mirando televisión, mas los brillos y reflejos de cuando se tiene enfrente a un monitor no se observaban en su rostro. Girando un poco en todas direcciones el icosaedron para ver más del entorno no me fue posible observar a nadie más en esa escena que no fuera el viejo camastro en donde se encontraba, un desgastado buró sobre el que descansaba una lámpara que proporcionaba la única luz en esa habitación. Por primera vez me pregunté si existía alguna característica que pudiese acercar o alejar imágenes en mi poliedro.

Para evitar salir de mi concentración y con eso romper contacto propiciando su muerte, simplemente acerqué un poco más el artilugio de cristal a mi cara. Fue entonces que pude ver algo que realmente me impactó. En su mano derecha estaba un frasco cilíndrico de plástico de color ámbar que por su aspecto parecía ser de medicamentos. Estaba destapado y por lo que se observaba aún estaba casi lleno de unas pastillas color blanco amarillento. No podía ver qué es lo que ella tenía en su otra mano, pero mis pensamientos fueron abruptamente interrumpidos cuando vi que ella levantaba el recipiente que tenía en su mano derecha para vaciar su contenido en su boca. Esta actividad pudiese verse como normal, pues no hay nada de malo o extraño que una persona quiera tomar sus medicamento, mas sin embargo había algo en su mirada y actitud que me decía que eso no era precisamente una toma de medicamento como cualquier otra.

-"¡NO!"- Fue el grito que automáticamente salió de mi garganta. Fue entonces que vi como la expresión de su rostro cambió de una seria determinación a sorpresa y enorme susto. Detuvo el viaje de su brazo para con eso vaciar el receptáculo que contenía las píldoras y con los ojos bien abiertos procedió a mirar enérgicamente hacia todos lados. Nunca había podido escuchar nada de alguien que apareciera en cualquier escena, pero esa ocasión fue la excepción pues con toda claridad le escuché a ella preguntando apresuradamente: -"¿Quién es? ¿Quién me habla?"-. Su voz contenía pánico y una mezcla de curiosidad y vergüenza.
¿Le contesto? ¿Quiere decir entonces que ella escuchó mi grito? Tomando aire y con determinación le respondí: -"Alguien que no desea que abandones este mundo"-. De su mano cayó el cilíndrico recipiente ambarino, escuchándose claramente el ruido que produjo al caer al piso vaciando por completo su contenido. Abriendo completamente los ojos y buscando desesperadamente de dónde venía mi voz, preguntó angustiada: -"¡Por el amor de dios! ¿Quién es?"-. ¿Le digo mi nombre? ¿Qué seudónimo utilizo? ¿Cómo puedo evitar crear un problema tan grande? Ya había comenzado con esto y tenía que terminarlo.

-"Soy alguien que conociste en el pasado. No te puedo revelar mi verdadero nombre, pero lo que estabas a punto de hacer no era nada bueno"-. Su rostro era casi de terror. Ella se arrodilló y juntando sus manos como para decir una plegaria, con los ojos muy cerrados y llenos de lágrimas imploraba: -"¡Perdóname! No soporto más. Ya no puedo seguir así. Mi vida se ha tornado en un verdadero infierno"-. ¿Qué le decía? ¿Cómo podría ayudarle? Mi mente se revolvía frenéticamente y como si alguien me estuviese dictando las respuestas, procedí a contestarle: -"No pidas disculpas, pues a nadie haz ofendido. ¿Me puedes compartir el por qué tomaste esa decisión?"-. Sollozando y enjuagándose las lágrimas y limpiándose su nariz con el dorso de su mano trató de reponerse para poder contestarme. Ya con un aspecto un poco más repuesto y resuelto, me compartió su dolor.

-"Vengo de una familia muy adinerada, que por muy distintas razones ha caído en desgracia. He perdido todo cuanto tenía y a todos cuantos quería y amaba. Mi vida ya no tiene sentido. He perdido todo deseo de vivir"-.

Escuché con atención esas y muchas más palabras. Su situación era muy mala, su historia realmente muy triste y mi empatía hacia ella aumentaba a pasos agigantados. Luego entonces cuando quedó completamente callada, vacía, mas relajada y viendo a la nada, comencé a hablarle: -"Sí. Haz sufrido enormes adversidades en tu vida. Pero el arrebatartela a ti misma no resuelve nada. ¿Qué piensas hacer ahora que ya te encuentras más tranquila? ¿Realmente quieres dejar de existir? Por desgracia yo te puedo ayudar a que ese trance sea lo menos doloroso para ti"-.

Muy asustada, con los ojos bien abiertos y con lágrimas nublando sus hermosos ojos azules entre llanto y algo de desesperación me suplicó: -"¡Ayúdame entonces por favor! Ya no quiero estar aquí. No tengo a nadie y nadie me tiene a mi. ¡Ten piedad de mi y arrebátame de este espantoso suplicio!"-. Ahogando sus sollozos y ocultando su rostro con sus manos para ahogar su llanto, adoptó una pose casi fetal.

Anonadado por la respuesta, fue entonces que determiné ayudarle a salir de ese atolladero que se había convertido su vida. -"Entonces y antes de continuar,"- le dije -"es justo que sepas mi nombre."- Con palabras claras y pausadas se lo revelé, así como de dónde le había conocido. Como si hubiese adivinado hacia dónde debía de mirar, su bella y atormentada faz me miró y con llanto y desolación en su rostro preguntó: -"¿Eres Tú realmente? ¿Eres ese que conocí hace tanto tiempo? ¿Qué ha sido de ti? ¿Cómo me encontraste?"-. Mi respuesta fue tajante: -"Creo que las respuestas a esas preguntas ahora ya están de más. ¿Estás lista?"-. Detuvo su llanto. Se limpió el rostro con la manga de su viejo camisón. Volviendo a erguirse pero aún de rodillas y con ese rostro de cuando a un niño se le otorga el perdón tras un regaño, ella asintió enfáticamente con moviendo su cabeza, para quedar mirando hacia mi con su rostro casi iluminado.

-"Que tengas entonces una dulce muerte"- le dije. Ella cerró los ojos y yo poco a poco rompí contacto con la imagen. Lo último que vi fue cómo sus ojos se ponían en blanco, su semblante languidecía, su cuello ya sin fuerzas dejaba que su cabeza cayera pesadamente apoyando su mentón en su pecho, para terminar derrumbándose poco a poco hacia el piso mientras que eso que llamamos alma, abandonaba por completo su cuerpo.

A punto estuve de dejar caer el icosaedrón de mis temblorosas manos. Cuando pude reponerme un poco, lo devolví a su caja y encerrándolo en su cajón correspondiente como era mi costumbre, me quedé sentado en ese luido sillón por un buen rato. Apunté con detalle todo lo acontecido en el Almanaque mientras que en mi mente se agolpaban esos gritos de súplica, esa mirada de desesperación, esas lágrimas amargas corriendo por sus aún rosáceas mejillas, esa completa y absoluta pérdida del deseo de seguir viviendo, ese momento final en el que al parecer pudo encontrar la paz. ¿Había hecho yo lo correcto? ¿Hubiese podido redimirla, apoyarle, consolarle? Poco a poco mis pensamientos se fueron haciendo más densos y sin darme cuenta, me quedé profundamente dormido sentado en mi luido sillón ante mi escritorio.

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