2.5.- Estrenando icosaedron

Hacía ya varios días que no sabía nada ni de Átropos, ni de Abaddon, ni de las Tres Entidades o menos aún de mi asistente. ¿Sería acaso que ese nuevo título de Predicador no era otra cosa que una manera elegante de echarme de el círculo de Las Moiras? No era que extrañara el andar decretando quién vive o quién muere, pero de alguna manera ya me había acostumbrado a ese trajín nocturno, a esa sensación de poder inherente de quien toma una decisión (y qué decisión). Ya se iba a cumplir una semana completa mañana mismo Sábado y no tenía ni la más remota idea de cómo contactarles, sin acudir a La Casa de la que ahora tenía todas las llaves de todas las habitaciones.

Hora de comer. ¿Viernes? Día de antojo. Preparando todo para salir a comer, recibí en mi teléfono un mensaje. El tono era completamente nuevo y muy distinto a cualquier otro que hubiese escuchado o que estuviese de moda. Era como si una canción del género clásico-barroco la hubiesen adaptado para una celesta. Miré la pantalla y no había imagen alguna asociada a ese origen de llamada. Nada de número, nombre, identificación alguna. Contra mi costumbre contesté. -"Habla su asistente. Estoy por enviarle lo que serán sus nuevas responsabilidades, así como los nuevos reglamentos y normas a seguir."- ¿Me leyó la mente? No lo se, pero ya tenía contacto con ellos y ellas.

Procurando ser amable y para intentar tener un poco más de familiaridad con ella, pregunté su nombre: -"Mi nombre es Cloto y estoy a sus órdenes para servir a Usted, Señor Predicador"-. Charlamos un poquito de cosas varias y algo vanales, pero ella nunca perdió distancia y compostura. -"Ya envié los documentos. Pronto los tendrá a través de este medio."- Me resultaba increíble que el teléfono celular se convirtiese también en un medio para "interactuar" con esas entidades tan poco usuales. Agradecí sus atenciones y tras realizar un breve y muy correcto protocolo de despedida, el contacto se había perdido ya por completo.

Revisé la pantalla de mi teléfono y pronto me percaté que tenía varios mensajes de correo electrónico, y otros tantos en distintos medios, herramientas y redes sociales. Comencé por el correo electrónico y para mi sorpresa había no menos de cinco correos que venían de Cloto y/o Átropos. Jamas hubiese pensado que algo tan trivial como lo es ahora el correo electrónico, fuese tan popular que incluso las Moiras y demás entidades afines lo utilizasen.

Uno por uno los fui abriendo y leyendo: Una bienvenida, un correo incluyendo una enorme cantidad de texto que no era otra cosa que mi "manual" del Predicador, más instrucciones, reglas y normatividad propios de mi nuevo puesto y lugar, en esa no tan complicada pero aún tan extraña para mi "jerarquía".

Leídos esos mensajes y habiendo copiando a procesador de texto todo aquello que me pareció importante e imprescindible, sin darme cuenta, había invertido casi cuatro horas en "ponerme al día". No obstante lo anterior encontré fascinante todo aquello que ahora podría hacer gracias a mi nuevo "cargo". Mal terminé mi última misiva virtual cuando llegó un nuevo mensaje teniendo como remitente a Cloto. Lo abrí y lo único que había en él era una imagen. Como en ocasiones anteriores cuando esto sucedía con Átropos en mi teléfono celular, la imagen cobró vida para que ella me diese varias indicaciones.

-"...y para terminar, su nuevo icosaedron ha sido colocado en el lugar donde Usted siempre dejaba el anterior."- Sin darme cuenta que estaba "pensando" en voz alta salió de mi la pregunta: -"¿En mi oficina en la enorme y lúgubre mansión o en mi cajón de mi casa?"- La respuesta fue amable, sonora y contundente: -"Lo encontrará en su cajón de su casa, dentro de una caja de madera con esmalte rojo."- Guardé todos mis bártulos que utilizaba para trabajar, cerré mis cajones, apagué la luz y salí apresuradamente hacia mi casa.

Para mi buena suerte no había llegado nadie aún, lo que me permitiría tener en mis manos el nuevo icosaedron. Tomé las llaves que abren las cerraduras de mis cajones y como me lo había indicado Cloto, ahí estaba una hermosa caja cúbica de un color rojo brillante como el de una cereza. Tan bien acabado y barnizado estaba que no se veía por ningún lado bisagra, hendidura, separación y/o cerradura alguna. Torpemente pero tratando de ser cuidadoso con ese par de manos gordas y ansiosas, intenté encontrar el sitio donde abrir el claustro en donde estaba mi nuevo icosaedron.

Harto de haber intentado por todos los medios de abrir el estuche, lo dejé caer suavemente sobre la carpeta de cuero que tenía mi escritorio. Bufé desesperado y como si eso fuese las palabras mágicas, el cubo de madera barnizada giró pausadamente hasta colocar una de sus caras frente a mi y como por arte de magia, abrirse poco a poco.

Conforme se iba abriendo, iba mostrando su interior tapizado en terciopelo negro mate, aún más oscuro que el que forraba la caja de cartón del poliedro anterior. Al centro, aún más hermoso, diáfano y cristalino estaba mi nuevo aparato. Sus veinte caras triangulares estaban perfectamente pulidas y de una hechura tal, que solo la difracción de la luz en sus aristas permitía saber que ahí estaba.

Completamente abierta la caja, con sumo cuidado tomándolo con mis dedos pulgares, índices y medios de ambas manos, lo saqué para sentirlo, verlo, usarlo. Era tan hermoso. Casi de manera automática procedí a realizar todo el procedimiento para activarlo. No había olvidado ningún paso y tan pronto como terminé con ese ritual, ya estaba imbuido dentro de una escena.

A diferencia de cuando utilizaba el icosaedron anterior, no eran mis ojos viendo una imagen, sino que ahora era como si yo estuviese dentro de la escena escuchando, viendo, oliendo, casi sintiendo todo lo que ahí ocurría. Estaba sentado en un automóvil en el asiento trasero, justo al lado de un pequeño y robusto bebé que estaba perfectamente colocado en una silla para viaje. En el asiento del conductor estaba papá y en el del copiloto mamá. Eran una pareja muy joven que manejaba en silencio a través se una carretera algo sinuosa, cobijados por la noche y alumbrados por la luz de las estrellas y una enorme luna llena.

En cuanto mis ojos se posaron en papá, vi ese ya familiar puntero que con un color rojo intenso me indicaba que era él quien tenía que morir. Enfoqué a mamá y otro puntero color rojo intenso me indicaba que ella también acompañaría a papá en ese decretorio viaje. Temblando de miedo, vi al pequeño mostrando en su pecho el puntero en color ámbar. Tenía que tomar una espantosa decisión, pues el pequeño quedaría sólo sin papá y mamá o los acompañaría en el viaje final.

Pensando con todas mis fuerzas y evaluando todas y cada una de las posibilidades, de pronto escuché la inconfundible voz de Átropos que decía: -"No le queda mucho tiempo para tomar su decisión Señor Predicador. Ahora Usted tiene menos tiempo para dicidir"-. ¡Qué viva! grité sonoramente. Cuál sería mi sorpresa que papa y mamá voltearon rápidamente y pusieron sus espantados ojos en mi y su pequeño, apenas el tiempo suficiente para que un enorme camión de carga con sus faros apagados se impactara de frente destrozando el pequeño vehículo.

La escena siguiente fue espantosa. Pude ver con toda claridad como los cuerpos de papá y mamá perdían la vida segundos después de que el impacto les destrozara casi por completo. Huesos, sangre y vísceras llenaron el habitáculo del carro mientras que el pequeño lloraba por el tremendo susto. Con mi cuerpo le cubrí por completo procurando no aplastarlo con mi peso mientras que el vehículo dio varios vuelcos hasta que de pronto, quedó detenido por completo sobre uno de sus lados.

El olor a gasolina era cada vez mayor. Inferí entonces que ese carro iba a incendiarse muy pronto. Como pude reventé el vidrio de la puerta trasera que quedaba hacia arriba y por ahí pude sacar al bebé con todo y su magullada silla. Nadie me vio. Para evitar que fuese arrollado por otro vehículo, puse al bebé en un descampado que quedaba a no menos de diez metros de la carretera, para que segundos después el auto estallase en llamas.

De pronto vi como el conductor del camión intentaba salir de la cabina. Me acerqué tan pronto como lo permitieron mis piernas y pude entonces observar que aún mostraba signos de estar alcoholizado. Latas de cerveza y botellas de licor poblaban esa destartalada cabina y el aroma era realmente nauseabundo. Con eso me bastó para tomar mi decisión. 

Le miré fijamente y pude ver que el puntero estaba en color ámbar. Con un sonoro -"¡Deténgase ahí!"- se quedó frío. Tambaleándose mientras volteaba a verme, con la mirada aún perdida por los efectos de la bebida, me miró fijamente mientras que de pronto abrió mucho los ojos y en medio de sollozos y gritos me pedía clemencia. ¿Cómo es que me veía en ese momento? ¿Cuál era mi apariencia? Eso no importaba en ese momento. Simplemente grité -"¡Muerte!"- mientras que el puntero se tornaba de un profundo e intenso color rojo. Como si le hubiesen asestado un duro golpe con un mazo en la espalda, cayó de bruces con dureza mientras que su cráneo sonaba como una enorme calabaza podrida desgajándose por el impacto.

Su mirada estaba vacía. Por una hendidura del cráneo salía sangre y masa encefálica tiñendo la carretera con un color rojo grisáceo, mientras que la atmósfera tomó ese inconfundible aroma de la sangre.

Un profundo llanto de esa criatura a quien había salvado me hizo correr hacia él, pero entonces sentí como si algo o alguien me tomase de los hombros cual una marioneta, para literalmente volar y ver como toda la escena desaparecía en las entrañas de un brutal y vertiginoso torbellino.

Mareado, aturdido y arrodillado vi como Átropos posaba un par de coléricos ojos sobre mi aún enfurecida mirada. Mutuamente tomamos calma y con esa voz que le caracterizaba procedió a increparme: -"¡Nunca vuelva a involucrarse de esa manera en un momento decisivo!"- Tras ese imperativo y sonoro enunciado, prosiguió unas palabras dignas de una madre que tras regañar a su hijo, le aconseja con voz calma y maternal rallando en lo melifluo: -"...es importante que nadie le vea y que su labor sea completamente anónima. No queremos perder a nuestro Predicador."- Como infante reprendido, con mi cabeza viendo hacia el suelo, asentí con un breve y trémulo "Sí".

-"Actuó con decisión. Le felicito. Vuelva a repasar los documentos que Cloto le envió y por favor no vuelva a arriesgarse de esa manera."-. Viéndola a los ojos, más sereno y calmo, respondí afirmativamente para que nuevamente otro vórtice me dejase en mi habitación, con el icosaedron en mis manos.

Con sumo cuidado lo devolví a su caja, la cual se cerró automáticamente quedando con una apariencia inmaculada e inexpugnable como en un principio. Le tomé con delicadeza y tras hacerle un buen lugar en su cajón, le encerré con llave. Tras mirar mi reloj me di cuenta que apenas si habían pasado un par de minutos desde que comencé con el "estreno" de mi nuevo icosaedron, por lo que aún tuve que esperar más de diez minutos para que llegase mi familia. Tras recibirles como si nada hubiese sucedido, comenzamos con la preparación de una deliciosa cena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario