2.4.- La asistente

Parece mentira cómo es que una actividad que no es para nada física, nos puede llegar a agotar. Sentado, desvencijado en ese enorme sillón de piel de mi oficina en esa casa, me quedé mirando fijamente al icosaedron que ahora presentaba esa transparencia tan prístina y diáfana que parecía casi invisible.

Tardé un poco para percatarme que aún seguía desnudo y que lo único que evitaba que mi piel de mi trasero tocase la piel de ese sillón era la enorme capa tan negra como la noche. Voltee hacia el lugar en donde había dejado mis ropas antes de salir a la ceremonia de transmutación, pero no estaban. Busqué entonces moviendo mi cabeza a todos lados y para mi sorpresa, estaba debidamente colocada en un perchero de madera de ébano, justo a mi izquierda.

Me levanté con un enorme desgano y caminé unos pasos para cerrar la puerta con todo y cerrojo, necesitaba privacidad. Hecho esto fui al perchero en donde estaban mis ropas y tras retirarme por completo la pesada capa, me vestí de manera mecánica mientras pensaba en todo lo que había sucedido.

Sería la pesadez por haber ingerido esa cantidad de comida y bebida. Serían los efectos retardados de ese delicioso vino. Sería tal vez la elevación abrupta de adrenalina durante la ceremonia para luego caer al piso en ese momento. Sería la combinación de todo. Simplemente me sentía completa y absolutamente agotado.

Ya vestido y habiendo colocado la enorme capa muy bien acomodada en el perchero, abrí la puerta de la oficina para encontrarme casi de frente con una figura femenina menudita, delgada, ataviada tan solo con una enorme túnica blanca. Sus níveos cabellos caían graciosamente sobre sus hombros, su piel era tan blanca y de una apariencia tan perfecta como la más fina porcelana y en su hermoso rostro resaltaban un par de ojos tan azules, que prácticamente se confundían con albeo color de su faz.

-"Me han enviado para ser de ahora en adelante quien le asista en su nueva responsabilidad"- me dijo. Agradecí y le invité a pasar. Un par de casi inperceptibles piecesitos calzando unas sandalias plateadas, dieron cinco pasos hacia adentro o más bien dicho, se deslizaron o flotaron hacia adentro. -"Siéntese"- le invité, pero ella declino amablemente. -"¿Trajo consigo su Almanaque?"- De pronto la sangre abandonó mi cuerpo. ¡Qué tipo imbécil! No había traído conmigo algo tan importante como el Almanaque. Al notar mi enmudecimiento y mi expresión, con su voz dulce y calma me indicó: -"Calma. Yo misma lo traeré en un instante."- ¿Cómo lo haría? ¿Tenía su propio vehículo? ¿Sería necesario que le prestara el mío? Sin decirme nada simplemente extendió sus manos frente a ella horizontalmente, una por encima de la otra como si estuviese sosteniendo una tabla, un bloque, ¿Un libro? Así de pronto se había materializado mi Almanaque entre sus dos manos. Como por arte de magia.

Sosteniéndolo aún con ambas manos me dijo: -"Aquí lo tengo. ¿Trajo su llave?"- Tomé de una de las bolsas con cierre de mi mochila la tan peculiar artefacto, para entregárselo en su mano derecha que ya estaba extendida y esperando para tomarla. Sin decir nada, insertó la llave y abrió el Almanaque. Abierto y tomándolo con ambas manos llevó entonces el pesado libro hasta hacerlo descansar sobre un atril que parecía estar hecho de las mismas maderas que todo el mobiliario de la habitación.

Me quedé extasiado y paralizado observándola hojear una a una de las páginas con una delicadeza inusitada, moviendo sus ojos y profiriendo hermosos y delicados murmullos mientras leía para si misma. ¿Cuánto tiempo estuve así? Lo ignoro. En cuanto terminó me vio directamente a los ojos y con su dulce voz me informó: -"Sus registros son muy completos. Ahora el Almanaque será mi responsabilidad"-. Todavía experimentando ese celestial embotamiento en mis cinco sentidos asentí con mi cabeza como un infante al que acaban de alexionar. -"¿Puedo tomar su icosaedron?"- Saliendo un poco más de ese trance hipnótico busqué con la mirada el poliedro de cristal y apresuradamente lo tomé del escritorio para dárselo.

Ya en sus manos, se quedó viendo fijamente a mi decretorio artilugio para "visualización, ejecución y perdón". De pronto de sus ojos emergieron cada uno de ellos un haz de luz extremadamente intensa y blanca. El icosaedron vibró y pareció crecer por la enorme intensidad de ese par de rayos y la vibración. De pronto el poliedro de cristal explotó en una sonora y muy vistosa reacción espontánea desprendiendo millones de pequeñas luces de todos los colores. Quedé boquiabierto. ¡Había destruido mi icosaedron! Mi expresión pasó del asombro al cólera, pero justo antes de poder increparle y reclamar tan excesiva acción, mirándome con más seriedad y entornando los ojos en actitud algo retadora me dijo: -"Ese icosaedron ya no le sería de utilidad nunca más. En un momento le será entregado otro"-. Definitivamente estaba frente a una mujer. Ese don de mando, esa mirada y esa determinación solo pueden venir de una mujer.

Conforme, ya calmado y tratando de suavizar el ambiente, le ofrecí una disculpa. -"No es necesaria la disculpa. No he sido ofendida y ahora me es claro que Usted no había sido advertido que el icosaedron que Usted utilizaba tenía que ser destruido"-. Asentí un poco con mi cabeza y entonces ella continuó en su tono habitual: -"Parece que por hoy es todo. Pronto recibirá mi visita en sus sueños o presencial. No se apure"-, ella adelantó, -"Usted es el único que podrá verme en el mundo "de los vivos."- Entonces agregó: -"¿Necesita algo más en lo que le pueda ayudar?"-. Mi respuesta fue un simple -"No. Gracias"-. Tras hacer una reverencia hacia mi, se despidió gentil y educadamente para retirarse prácticamente flotando de la habitación sin darme la espalda.

De pie y aún recargado contra el escritorio, observé como se marchaba. Mi mirada continuó viendo hacia afuera de mi oficina y tras no mas de cinco minutos, se presentó Abaddon trayendo uno de sus exquisitos pastelillos en su mano derecha y un manojo inmenso de llaves en la izquierda. Con más miedo que respeto le recibí, pues no podía apartar de mi mente aquella imagen y ese momento en que el "viejecito" blandía esa afilada espada para casi degollarme durante la ceremonia de transmutación.

-"Aquí está su juego de llaves"- ¿Abaddon habló? ¿En serio? ¡Qué sorpresa! He de admitir que me asombró su voz, que muy al contrario de ser trémula y susurrante como se podría esperar de un viejecito decrépito, era calma, firme y bastante profunda. Tomé primero las llaves con mi mano derecha, dándole las gracias enfáticamente acompañando mi decir con un asentimiento. Tomé el pastelillo con mi mano izquierda, repitiendo mi gesto de agradecimiento. -"Estas son las llaves que pueden abrir todas y cada una de las habitaciones de esta casa. Ahora como Predicador Usted puede andar por toda la casa y entrar a todas las habitaciones"-. Mi sorpresa ahora era mayor, pues nunca había reparado en el hecho de que esa casa tenía dos niveles y muchas habitaciones además de la de Átropos, mi oficina y el archivo.

Antes de retirarse Abaddon me advirtió: -"Podrá entrar a todas las habitaciones menos tres que se encuentran en la azotea de esta casa. ¿Tiene Usted alguna duda, pregunta o comentario que me quiera hacer"-. Negué enfáticamente con voz y cabeza para luego ver como volvía a tomar su "pose" de viejecito decrépito y salir con esa parsimonia que ahora me resultaba algo insultante.

¿Azotea? ¿Tres habitaciones adicionales? ¿Para qué la advertencia? Lo que no se sabe o lo que no se ve simplemente no da tentación. Ahora sí estaba más que intrigado por subir a la azotea y aunque fuera ver por fuera esas tres habitaciones, pero el solo recordar cómo son las cosas dentro de esa casa me hicieron desistir de todo intento presente o futuro por contravenir la recomendación.

Revisé que todo estuviese en su lugar. Dejé sobre el escritorio la caja vacía que había protegido al ahora extinto icosaedron, dejé el Almanaque como ella lo había dejado sobre el atril, anexé las llaves de mi oficina y del archivo a mi nuevo y enorme manojo de llaves, empaqué éste y todas mis cosas en la mochila y simplemente procedí a salir de la casa. -"Consumatum est"- Pensé mientras abordaba mi vehículo y me enfilaba de regreso a casa.


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